Los desafíos de la lucha contra el racismo
Escrito por: Luanda Santos - 29/11/2021
Mi nombre es Luanda Santos y comienzo con mi nombre y apellido porque aprendí con la activista e intelectual negra Lélia Gonzalez que debemos dar nuestro nombre y apellido, si no el racismo nos nombra de la forma que quiera.
Soy una mujer negra, nacida y criada en la periferia de Salvador. Como muchas familias negras, vengo de una familia de base matriarcal, mi mamá pasó gran parte de su vida sola criándome a mí y a mis hermanas. Mi papá no supo tratar con la paternidad al inicio, y trilló un camino diferente, pero recientemente pudimos alinear nuestros pasos y volvimos a caminar juntos.
Iniciar estas líneas con mi historia y origen me hace recordar que no llegué hasta aquí sola y, por eso, honro a todos los que vinieron antes y trillaron el camino para que yo pudiese seguir adelante.
Mi mamá es mi primera referencia e inspiración de vida, incluso con todas las dificultades y barreras que el racismo nos impone, ella siempre nos mostró que no deberíamos parar ante los desafíos. Una de las cosas que siempre insistió en mostrarnos es que la mayor oportunidad de cambio de nuestra realidad vendría por medio de la educación. Aunque ella solo haya logrado concluir los estudios después de la vida adulta, siempre creyó e invirtió, dentro de sus posibilidades, en la educación para sus hijas.
Y este fue el camino que cogimos. Comencé a hacer actividades para ayudar financieramente en casa desde muy temprano. Vendía dulces en la escuela, cuidaba niños, vendía artesanía, pero nunca dejé los estudios de lado, una exigencia innegociable de mi mamá.
Comencé a trabajar formalmente en una pasantía con 15 años. Incluso, fue en ese período que, incluso sin saber, sufrí el primer impacto del racismo estructural y percibí las vulnerabilidades del discurso de la meritocracia cuando, en un proceso selectivo para una red fast food realizado en la escuela, incluso teniendo las mejores notas y viviendo en el mismo lugar que una amiga blanca, ella fue escogida y yo no. Talvez no haya pasado en el criterio de la “buena apariencia”, pero enseguida conseguí una plaza en otra pasantía por medio de un concurso.
Con 18 años y participando de una acción afirmativa de política pública, Prouni, ingresé en la universidad y me gradué como publicitaria, y fue así que la combinación de educación y oportunidad comienza a diseñar un camino diferente en mi vida.
Por eso, en este momento que comenzamos a discutir la revisión de la Ley 12.711 (Ley de Cuotas), considero más que oportuno puntuar la importancia de las políticas públicas de inclusión y equidad racial. A pesar de no haber sido cuotista, sin ese programa talvez no tuviese la oportunidad de hacer una facultad y convertirme en la primera persona de mi núcleo familiar a concluir el nivel superior.
No podemos olvidar que este país secuestró, torturó y esclavizó a personas negras e indígenas por más de tres siglos y después, simplemente, las abandonó a su propia suerte. No estamos ni al inicio de reparar la deuda histórica que fue creada a lo largo de estos años. Y no es con el discurso de “si usted quiere, usted consigue”, que vamos a ecualizar esta cuestión.
El período en la universidad me trajo otros desafíos, siempre supe que tenía la piel negra, pero como dice Neuza Santos en su libro Tornarse Negro, fue en este momento que me convertí en una mujer negra. Estar en un ambiente en que, en todo momento, las personas, los códigos y los lugares decían que no era para mí, fue muy desafiante.
Allí comencé a entender que toda mi trayectoria hasta entonces había sido marcada por un sistema estructuralmente formado para excluir a personas como yo, que me negó desde el apellido de mis ancestrales hasta el acceso a espacios como aquel.
Sin embargo, haber participado de los talleres del bloque afro Ilé Ayé en mi adolescencia en Salvador me dio un fundamento para enfrentar los desafíos que se colocaron delante de mi, pues allí aprendí a gustar de mi cabello – que todos decían que era malo, de mis rasgos negroides y, principalmente, a decir que prefería ser llamada negra y no morena, como ya quise un día. Tomar posesión y tener el entendimiento de mi identidad fue fundamental para ocupar aquel lugar.
Del mismo modo que tener contacto con las obras de feministas negras como Lélia Gonzales, Sueli Carneiro, Angela Davis, Conceição Evaristo, Bell Hooks, entre otras, me hizo entender y percibir mi lugar en la sociedad y negar que otras personas escribiesen mi historia o determinasen mi camino.
No obstante, mi trayectoria es solo una excepción que confirma la regla. Muchas veces aún cargo el peso de ser la primera o única negra en algunos espacios. Y esto significa que más de 10 años después de mi formación, la desigualdad racial y social continúa siendo reproducida de la misma forma, y para que uno de nosotros tenga acceso, varios otros deben quedarse por el camino.
Además que el número de personas negras en las universidades haya crecido en los últimos años, esas personas no son absorbidas en el mercado de trabajo, o cuando son contratadas, se quedan solo en los cargos operativos. De acuerdo con la encuesta realizada por la Iniciativa Empresarial por la Igualdad Racial en el 2020, solamente el 6,3% de los cargos de gerencia son ocupados por personas negras, en los cargos ejecutivos somos solamente 4,7% y, al hacer un recorte por género, tenemos solamente 1,6% de mujeres negras en cargos gerenciales.
En un país en que, de acuerdo con el IBGE, el 56% de la población se auto-declara negra, considerando negros y pardos, y está compuesto por 28% de mujeres negras, estos números nos muestran que continuamos siendo marginalizados o “incluidos” con un límite, como si existiese una pared de vidrio que no permitiese nuestro acceso al otro lado.
Para mujeres negras este acceso ha sido cada vez más difícil, continuamos ocupando la base de la pirámide social y siendo vistas como “el otro del otro”, como afirma Grada Kilomba, artista, escritora y estudiosa portuguesa.
La intersección de raza y género nos deja atrás del hombre blanco, que ocupa el tope de la pirámide, de la mujer blanca y del hombre negro. Aunque estemos mejor preparadas, pues mujeres negras son la mayoría en las universidades con relación a los hombres negros, continuamos recibiendo los peores salarios y no siendo consideradas para asumir los cargos de liderazgo. Mientras mujeres blancas están discutiendo lugar en los consejos de administración, nosotros, mujeres negras, aún luchamos para que nuestra competencia sea reconocida y no ser desacreditada.
Aunque después de la muerte de George Floyd y con la ascensión del movimiento Black Lives Matter, las empresas hayan comenzado a ver la importancia de la pauta de la diversidad, estamos muy distantes del escenario ideal y se estima que sean necesarios más de 120 años para que personas negras tengan las mismas oportunidades que las personas blancas.
Por eso, más que pautar diversidad, es necesario invertir intencionalmente en inclusión, estando atento a las interseccionalidades. No basta ser diverso en la base, es necesario incluir en todas las capas del negocio, principalmente en los cargos de decisión. Esto significa dar acceso y oportunidades a los grupos vulnerabilizados con equidad, ofreciendo condiciones para que todos alcancen su potencial máximo.
Como mujer negra, estos temas más que me atraviesan: hablar de diversidad e inclusión es hablar de quien soy, es decir que quiero ser considerada para los cargos de liderazgo y de los consejos. Más que eso, como bien sintetizó la ejecutiva Samantha Almeida, es afirmar que quiero formar parte de la última generación de primeros, quiero ver pares, líderes y CEOs iguales a mí. No quiero ser recordada solamente en el mes de noviembre o ser considerada solamente para hablar sobre pautas raciales.
Por eso, participar del Comité de Diversidad e Inclusión de Horiens, empresa en que trabajo desde el 2014, y contribuir para proyectos que están naciendo, además de ayudar a construir otros que aún sucederán, es actuar con propósito, asumiendo mi responsabilidad, ocupando mi espacio y pavimentando el camino para aquellos que vendrán.
Creo que es a ese lugar que debemos llegar, cada individuo debe responsabilizarse por la desigualdad – sea ella cual sea – y trabajar en favor de la equidad.
La lucha antirracista no debe quedarse solo en el discurso, debe convertirse en una práctica. Estamos atrasados y tengo prisa, por mí, por mis ancestrales y por quien aún está por venir. ¿Puedo contar con usted en esta lucha?
Descripción: Luanda Santos, integrante de Horiens, comparte su historia, desafíos y opinión sobre los caminos que deben ser recorridos por personas, empresas y sociedad en la búsqueda por la equidad racial